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El Proceso

A veces no somos conscientes del gran poder que tienen las palabras.

Gran parte del miedo que surge cuando nos encontramos mal radica en pensar que tenemos una “enfermedad”. Nos dan vocablos que al principio nos parecen incomprensibles, y cuando nos informamos acerca de lo que supone físicamente ese trastorno, nos asustamos. La palabra “crónico” o la frase “de por vida” tampoco ayudan y nos pueden llegar a frustrar. Crónico nos hace pensar que ya no hay vuelta atrás, que esto es lo que toca y que ya no tiene solución.

Cuando a mí me dijeron a los 17 años que tenía Colitis Ulcerosa y que era una enfermedad autoinmune, me quedé paralizada. No sabía a qué se referían y pensaba que eso suponía el fin del mundo, que mi vida ya no sería como antes. Me comparaba con los demás y no entendía por qué me pasaba a mí, por qué me tocaba tener una enfermedad. Mi vida a partir de entonces fue confusa, porque al vivir en distintas lugares tenía que cambiar de médico y a ellos no les daba tiempo a conocerme. No me conocía yo, no me conocían bien ellos y era difícil dar con un tratamiento que me funcionara. Con el paso de los años, la mejor solución acabó siendo quirúrgica.

Ahora veo las cosas con perspectiva y comprendo por qué viví la situación de esa manera. Habría agradecido una mayor comprensión y consejos por parte de los médicos, pero el protocolo lo siguieron y lo hicieron lo mejor que pudieron.

Cuando empiezas a pensar en una “enfermedad” como si fuera un “proceso” que puede cambiar, lo ves todo con otros ojos. Cuando empecé a cambiar de hábitos y a ir a los profesionales adecuados (en mi caso han sido médicos especializados, estomaterapeuta, psicóloga, acupuntor, etc.), me empecé a sentir mejor y a ver que podía volver a hacer aquello que creía imposible. El término “enfermedad” empezó a cobrar otro sentido: el de la oportunidad de cambiar a mejor.

No es lo mismo que una persona te diga “lo siento, pero no hay nada que puedas hacer” a otra que diga “tu situación es difícil, pero se puede mejorar”. Dar esperanza (siempre que se sepa que esa persona puede tener una mejor calidad de vida y no se haga en vano) impulsa y anima a aquel que lo ve todo perdido, que no sabe qué camino tomar. A mí me ayudó, y espero poder ayudar a ello en un futuro.

 

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